viernes, 2 de abril de 2021

2 de abril, 

Día del Veterano y de los Caídos en la

 Guerra de Malvinas

 

En ese instante sentí que me arrancaban el brazo. Fue como un hachazo, luego un empujón leve, indoloro y un fuego en el abdomen. Pensé en hablar, no sé qué dije, llamé a mi mujer y me caí contra un pequeño cobertizo contra el que se incrustaban las balas. Vi el cielo, creí que me moría y pensé: ¿Será así? El tiroteo seguía. A mi lado, mi Jefe de patrulla gemía, despacio. Me pregunté si él también moriría. Me desabroché la parka. No sentía mi brazo herido, solamente un fuerte dolor que lo anulaba. Quise moverme.

Grité.

Grité porque me dolía mucho y porque quería escucharme vivo. Me di cuenta de que Giachino llamaba al enfermero y empecé yo también a llamarlo a gritos, mientras me soltaba el cinto y me aflojaba el pañuelo del cuello. No dejamos de llamarlo hasta que escuchamos el grito de respuesta, informando que no podía, que lo habían alcanzado también. Esperé, consciente de un dolor que crecía en mi espalda. Sentía que algo se movía detrás mío, sobre mi cabeza y alcancé a ver a un grupo de gansos, lo que aumentó mi angustia al imaginar la posibilidad de que picotearan en mis heridas, de las que no alcanzaba a ver ninguna. De a ratos arreciaba el tiroteo y yo bajaba una pierna que tenía encogida para aliviar el dolor, consciente de que otro balazo sería demasiado. Aparentemente (y como comprobé luego por declaraciones del Suboficial Cardillo) empecé a hablar en inglés, porque uno de los ingleses que nos había baleado me gritó que ordenase a los nuestros un alto el fuego y ellos mandarían al médico. Le contesté que no tenía aliento suficiente para gritar. De pronto el Capitán Giachino me dijo: -"Pibe, ojo por si me desmayo, tengo en la mano una granada sin seguro". Yo le pedí: -"Tírela, por Dios". Y él me contestó que no podía. Algo deben haber entendido los ingleses porque el que me hablaba me dijo que aquél de nosotros que tenía una granada la soltara. Al explicarle que no tenía seguro, él me dijo: -"que la ate y la deje al costado porque si no lo hace disparo. Voy a contar hasta cinco". Traduje esto lo más rápido posible y el Capitán Giachino dio vueltas a la granada con la correa de sus binoculares, la colocó en el suelo y giró para alejarse. Al girar, vi que tenía la espalda llena de sangre. El resto de ese período que duró tres horas fue de una lenta espera por un helicóptero, cuyo ruido escuchamos más de una vez pero que nunca cruzó nuestro cielo. Yo escuchaba al radioperador de la casa (un inglés) pero acabé por no entender nada de lo que decía. Lloviznaba y pensé qué efecto tendría la lluvia en nuestras caras manchadas.

De pronto escuché un grito: -"Pedro, soy yo, Tito". Escuché que el Capitán Giachino contestaba: "Tito, apurate que no llego". Alguien se acercaba. Vi de pronto ante mí la cara del Almirante Büsser que me hablaba. Le dije: "El brazo no. Tengo un balazo". Vi al Suboficial Cardillo y al Cabo Ledesma que se apresuró a inyectarme. Un Marine rubio me cubría con una manta (¿Por qué? -pensaba yo- si no tengo frío). Alcancé a ver un jeep. Lo alzaban a Giachino. "Llegamos Jefe", creí decirle…”

 

El 2 de abril de 1982, tropas argentinas desembarcaron en las islas Malvinas, la ocupación tenía como fin recuperar la soberanía nacional sobre ese territorio, que en 1833 había sido arrebatada por fuerzas armadas de Gran Bretaña, y los reclamos argentinos acerca de su soberanía sobre esas tierras nunca tuvieron éxito.

Con esta acción de afirmación de la soberanía nacional, apoyada por un importante sector de la población, la decaída dictadura cívico-militar que gobernaba en ese entonces intentaba ocultar la gravísima situación social, política, de derechos humanos y económica a la que había conducido al país su gobierno; apuntando, de esta manera, a perpetuarse en el poder.

A pocos días del desembarco y toma de las islas por parte de Argentina, la entonces primera ministra de Inglaterra, Margaret Tatcher, envió una fuerte dotación de militares ingleses para dar respuesta y desplazar a la milicia argentina.

El conflicto bélico resultó ineludible.

El 1 de Mayo las fuerzas británicas iniciaron el bombardeo aéreo y el 2 de Mayo, la Armada de ese país hundió el crucero General Belgrano.

La guerra había comenzado.

Con el paso de los días comenzó a sentirse que nuestros soldados estaban siendo lastimados y que íbamos perdiendo. La mayor parte de nuestro ejército estaba formado por jóvenes inexpertos que, sin apoyo de tecnología bélica, apelaron a lo más valioso que tenían en su interior: su espíritu. Fueron al frente, enfrentaron al enemigo con lo que tenían y, sin miramientos, dejaron la vida en la lucha por la soberanía territorial.

Si bien fue un conflicto corto, duró alrededor de dos meses y medio, tuvo resultados contundentemente trágicos: 649 bajas argentinas y más de 500 suicidios motivados por secuelas y traumas de posguerra.

A grandes rasgos, la realidad de la guerra de Malvinas no fue otra que la de una clara desventaja de la milicia argentina frente a las fuerzas inglesas, que estaban mejor preparadas y contaban con un armamento superior. Nuestros soldados, jóvenes que fueron alistados de forma obligatoria y otros que lo hicieron voluntariamente, fueron mantenidos en precarias condiciones durante los meses en que se produjo la guerra. La falta de comida, de armamento, de comunicación, de equipamiento, de directivas claras y coordenadas precisas, fueron moneda corriente para una misión de semejante calibre.

Los civiles y militares que volvían de las islas debieron enfrentar tanto los ocultamientos de sus retornos a la sociedad como los mandatos de silencio con el objeto de encubrir las condiciones en las que regresaban. Y este ocultamiento de su regreso a la sociedad fue una situación vivida por los combatientes de todas las fuerzas en general.

 

Llegamos a Espora, nos bajaron, nos hicieron esperar, en Espora, se hizo oscuro y nos llevaron a Campo Sarmiento [en la Base Naval Puerto Belgrano], ahí nos tuvieron, ¿para qué?

 A escondidas como todo el mundo, si nos escondieron a todos, y allá nos tuvieron como no sé hasta qué hora de la noche, mis viejos estaban esperando afuera, porque sabían que llegábamos.”

 

 Hoy, queremos recordar y conmemorar, en un acto de respeto y empatía, a todos los jóvenes soldados que participaron de una guerra que, en medio de tanto conflicto, dejó dolor y heridas en una Argentina que es nuestra obligación construir.

 En noviembre del 2000, a través de la Ley 25.370, el día 2 de abril fue declarado Día de los Veteranos y Caídos en Malvinas en homenaje a todos los combatientes caídos y los sobrevivientes de la guerra de Malvinas y sus familiares.

 Actualmente, la disputa por estas tierras se realiza de manera diplomática y forma parte de las agendas en cumbres presidenciales en las que varios países latinoamericanos y del mundo adhieren al reclamo argentino por la soberanía sobre las islas Malvinas.

 La sumatoria de desmanejos de quienes nos gobernaban en esa época no logran empañar la entrega, abnegación y el valor de quienes lucharon y fueron a entregar con sacrificio sus vidas por este país.

Vaya entonces este humilde reconocimiento a la dignidad, honra, orgullo, nobleza y lealtad de nuestros ex combatientes.

En fin, al honor, que perdura por sobre las circunstancias y la temporalidad del hecho histórico.

 

Veteranos, ¡Muchas gracias!

 

 




















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