2 de abril,
Día del Veterano y de los Caídos en la
Guerra de Malvinas
“En ese instante sentí que me arrancaban el brazo. Fue
como un hachazo, luego un empujón leve, indoloro y un fuego en el abdomen.
Pensé en hablar, no sé qué dije, llamé a mi mujer y me caí contra un pequeño
cobertizo contra el que se incrustaban las balas. Vi el cielo, creí que me
moría y pensé: ¿Será así? El tiroteo seguía. A mi lado, mi Jefe de patrulla
gemía, despacio. Me pregunté si él también moriría. Me desabroché la parka. No
sentía mi brazo herido, solamente un fuerte dolor que lo anulaba. Quise moverme.
Grité.
Grité porque me dolía mucho y porque quería escucharme
vivo. Me di cuenta de que Giachino llamaba al enfermero y empecé yo también a
llamarlo a gritos, mientras me soltaba el cinto y me aflojaba el pañuelo del
cuello. No dejamos de llamarlo hasta que escuchamos el grito de respuesta,
informando que no podía, que lo habían alcanzado también. Esperé, consciente de
un dolor que crecía en mi espalda. Sentía que algo se movía detrás mío, sobre
mi cabeza y alcancé a ver a un grupo de gansos, lo que aumentó mi angustia al
imaginar la posibilidad de que picotearan en mis heridas, de las que no
alcanzaba a ver ninguna. De a ratos arreciaba el tiroteo y yo bajaba una pierna
que tenía encogida para aliviar el dolor, consciente de que otro balazo sería demasiado.
Aparentemente (y como comprobé luego por declaraciones del Suboficial Cardillo)
empecé a hablar en inglés, porque uno de los ingleses que nos había baleado me
gritó que ordenase a los nuestros un alto el fuego y ellos mandarían al médico.
Le contesté que no tenía aliento suficiente para gritar. De pronto el Capitán
Giachino me dijo: -"Pibe, ojo por si me desmayo, tengo en la mano una
granada sin seguro". Yo le pedí: -"Tírela, por Dios". Y él me
contestó que no podía. Algo deben haber entendido los ingleses porque el que me
hablaba me dijo que aquél de nosotros que tenía una granada la soltara. Al
explicarle que no tenía seguro, él me dijo: -"que la ate y la deje al
costado porque si no lo hace disparo. Voy a contar hasta cinco". Traduje esto
lo más rápido posible y el Capitán Giachino dio vueltas a la granada con la
correa de sus binoculares, la colocó en el suelo y giró para alejarse. Al
girar, vi que tenía la espalda llena de sangre. El resto de ese período que
duró tres horas fue de una lenta espera por un helicóptero, cuyo ruido
escuchamos más de una vez pero que nunca cruzó nuestro cielo. Yo escuchaba al
radioperador de la casa (un inglés) pero acabé por no entender nada de lo que
decía. Lloviznaba y pensé qué efecto tendría la lluvia en nuestras caras
manchadas.
De pronto escuché un grito: -"Pedro, soy yo,
Tito". Escuché que el Capitán Giachino contestaba: "Tito, apurate que
no llego". Alguien se acercaba. Vi de pronto ante mí la cara del Almirante
Büsser que me hablaba. Le dije: "El brazo no. Tengo un balazo". Vi al
Suboficial Cardillo y al Cabo Ledesma que se apresuró a inyectarme. Un Marine
rubio me cubría con una manta (¿Por qué? -pensaba yo- si no tengo frío).
Alcancé a ver un jeep. Lo alzaban a Giachino. "Llegamos Jefe", creí
decirle…”
El 2 de abril de 1982, tropas argentinas
desembarcaron en las islas Malvinas, la ocupación tenía como fin recuperar la
soberanía nacional sobre ese territorio, que en 1833 había sido arrebatada por
fuerzas armadas de Gran Bretaña, y los reclamos argentinos acerca de su
soberanía sobre esas tierras nunca tuvieron éxito.
Con esta acción de afirmación de la soberanía
nacional, apoyada por un importante sector de la población, la decaída dictadura
cívico-militar que gobernaba en ese entonces intentaba ocultar la gravísima
situación social, política, de derechos humanos y económica a la que había
conducido al país su gobierno; apuntando, de esta manera, a perpetuarse en el
poder.
A pocos días del desembarco y toma de las islas
por parte de Argentina, la entonces primera ministra de Inglaterra, Margaret
Tatcher, envió una fuerte dotación de militares ingleses para dar respuesta y
desplazar a la milicia argentina.
El conflicto bélico resultó ineludible.
El 1 de Mayo las fuerzas británicas iniciaron
el bombardeo aéreo y el 2 de Mayo, la Armada de ese país hundió el crucero
General Belgrano.
La guerra había comenzado.
Con el paso de los días comenzó a sentirse que
nuestros soldados estaban siendo lastimados y que íbamos perdiendo. La mayor
parte de nuestro ejército estaba formado por jóvenes inexpertos que, sin apoyo
de tecnología bélica, apelaron a lo más valioso que tenían en su interior: su
espíritu. Fueron al frente, enfrentaron al enemigo con lo que tenían y, sin miramientos,
dejaron la vida en la lucha por la soberanía territorial.
Si bien fue un conflicto corto, duró alrededor
de dos meses y medio, tuvo resultados contundentemente trágicos: 649 bajas
argentinas y más de 500 suicidios motivados por secuelas y traumas de
posguerra.
A grandes rasgos, la realidad de la guerra de
Malvinas no fue otra que la de una clara desventaja de la milicia argentina
frente a las fuerzas inglesas, que estaban mejor preparadas y contaban con un
armamento superior. Nuestros soldados, jóvenes que fueron alistados de forma
obligatoria y otros que lo hicieron voluntariamente, fueron mantenidos en
precarias condiciones durante los meses en que se produjo la guerra. La falta
de comida, de armamento, de comunicación, de equipamiento, de directivas claras
y coordenadas precisas, fueron moneda corriente para una misión de semejante
calibre.
Los
civiles y militares que volvían de las islas debieron enfrentar tanto los
ocultamientos de sus retornos a la sociedad como los mandatos de silencio con
el objeto de encubrir las condiciones en las que regresaban. Y este
ocultamiento de su regreso a la sociedad fue una situación vivida por los
combatientes de todas las fuerzas en general.
“Llegamos a Espora, nos bajaron, nos hicieron esperar,
en Espora, se hizo oscuro y nos llevaron a Campo Sarmiento [en la Base Naval
Puerto Belgrano], ahí nos tuvieron, ¿para qué?
A escondidas
como todo el mundo, si nos escondieron a todos, y allá nos tuvieron como no sé
hasta qué hora de la noche, mis viejos estaban esperando afuera, porque sabían
que llegábamos.”
Vaya
entonces este humilde reconocimiento a la dignidad, honra, orgullo, nobleza y
lealtad de nuestros ex combatientes.
En fin,
al honor, que perdura por sobre las circunstancias y la temporalidad del hecho
histórico.
Veteranos, ¡Muchas gracias!
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